Le llaman "el volcán bueno", pero no lo es tanto: la erupción de 1669 arrasó y cambió el perfil de Sicilia, y antes su boca se había tragado al filósofo griego Empédocles a otros muchos. Los nativos cuentan que muchas de sus erupciones se producen en febrero, el mes de la patrona local Sant'Agata, y ella se encarga, al parecer, de que la lava no produzca desgracias mayores. En 1886, por ejemplo, el río de magma se detuvo al tocar el manto de la santa, según cuenta en un relato Giovanni Verga, patriarca de las letras sicilianas. Situado en la más grande de las islas mediterráneas , el volcán Etna tiene el cráter más activo y más importante de Europa. De 3.500 metros de altura, la historia antigua consideraba que en su interior se encontraba la mítica fragua del dios Vulcano. Es raro que pasen más de dos meses sin que presente alguna actividad y, al no estar considerado uno de los más peligrosos, es perfecto para visitarlo. De hecho, además de viviendas, en sus laderas abundan huertos que aprovechan la fertilidad de la tierra volcánica. Una de las cosas más sorprendentes al observar el Etna es que se trata de un coloso completamente negro. Sólo en el interior de los cráteres extintos algunas trazas rojas adornan el estremecedor e insólito paraje. La subida al volcán comienza como la ascensión a muchas estaciones de esquí (de hecho en invierno es una estación de esquí), en teleférico.
Y de ahí a la cota más alta, que no a la cima, por lo que supone asomarse a un volcán en erupción, en 4×4 para los más vagos y en un espectacular paseo de unas dos horas y media por un desierto negro para los más deportistas. La carretera de acceso llega hasta un mirador a 1.900 metros donde se halla un funicular que asciende hasta los 2.600 metros. y a partir de ahí hay que seguir acompañados por guías que muestran arabescos petrificados, fumarolas y escorias, llagas de azufre, incluso coladas hirvientes, como arroyos de fuego que se deslizan bajo los pies mismos de los curiosos. Viñedos, campos de manzanos o encinas, bosques de hayas y abedules, van acompañando el ascenso hasta dejar el horizonte despejado para descubrir el volcán Etna, conocido también por su nombre italiano Mongibello. Entre helechos y zarzales hay una extraordinaria vida que se nutre de todo aquello que el gigante de fuego deja crecer a lo largo de sus laderas. Un cultivo especial es el pistacho: lo introdujeron los árabes al comprobar que estos árboles crecían sobre la lava sin mayores cuidado.Y para completar la experiencia se puede parar en una de las bodegas de la zona y probar los excelentes vinos sicilianos. Al Etna se llega desde Catania o desde Taormina, frente a donde emerge majestuoso. Taormina podría haber sido un "paraíso en la Tierra", como la definió Goethe a causa de la espectacularidad de su emplazamiento, pues está incrustada en el monte Taurus formando un balcón sobre la Riviera jónica. Acertaba Guy de Maupassant cuando la consideraba por encima de todo un paisaje que, aunque transformado por griegos, romanos, bizantinos, árabes, normandos y españoles, "resume en sí todo lo que hay en la Tierra capaz de atraer la vista, la imaginación y el espíritu". Hoy es una ciudad sustentada por su vista aérea sobre el mar, su estratégico teatro griego colgado en la colina y la imponente silueta del Etna.