Gudrum, la propietaria holandesa, es una amante de la música y seguramente por eso un piano preside el enorme comedor con capacidad para 70 personas donde las mesas se mezclan con sillones y zonas de estar para esperar o tomar una copa. A Gudrum la ayuda su hermano y un servicio eficaz que se mueve con soltura por el local. El pan es espectacular y buena la selección de vinos, con algunos espumosos e incluso champán para los postres. Los platos principales suben poco de los 10 euros y una cena con vino puede oscilar por los 35.
Para aperitivo o postre recomiendo pedir un port tonic, oporto blanco con tónica. Y hay que reservar porque siempre esta lleno a pesar de lo retirado del restaurante del circuito turístico habitual y a que está en pleno compo. A menudo los fines de semana hay música en directo, sobre todo en verano. En definitiva, El Lagar da Mesquita es un lugar con mucho encanto donde volver.
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