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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pamukkale, un "castillo de algodón" de cascadas calizas y aguas termales, en Turquía

Pamukkale significa "castillo de algodón" y eso es lo que parece de lejos este paraje natural del sudoeste de Turquía que es, además, una de las grandes atracciones turísticas del país que merece una parada. Un castillo de algodón o una montaña neveda, coronada por la antigua ciudad de "Hierápolis" que están declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Los movimientos tectónicos que tuvieron lugar en la depresión de la falla de la cuenca del río Menderes causaron frecuentes terremotos y ocasionaron la aparición de numerosas fuentes de aguas termales. Fueron esas aguas, con su alto contenido en minerales las que crearon Pamukkale.
El agua contiene grandes cantidades de bicarbonatos y calcio que provocan formaciones de gruesas capas blancas de piedra caliza y travertino que bajan en forma de cascadas por la ladera de la montaña, lo que da la sensación de estar ante una catarata congelada. Desde lejos, Pamukkale da la impresión de una serie escalonada de cataratas fosilizadas. De cerca, el paisaje adquiere la dimensión de un fantástico jardín acuático, con estanques e inmensas caracolas de roca calcárea de una blancura azulada y de una tremenda belleza. Los manantiales calientes que brotan constantemente del interior de sus suelos calcáreos son el origen de este prodigio y el motivo primordial del asentamiento aquí de tantas civilizaciones pasadas. En Pamukkale, el agua termal brota a una temperatura constante de 35º, vertiendo un caudal constante de 240 litros por segundo. Esta agua se utiliza para el tratamiento de distintas enfermedades. Las aguas termales de Pamukkale son muy famosas en todo el mundo. Las piscinas de color turquesa y blancas, se han convertido en una especie de spa natural. Al parecer tienen efectos beneficiosos para la piel y los ojos, e incluso se cree que cura tanto el asma como todo tipo de reumatismo. Por la zona también se pueden encontrar además diversas termas y fuentes naturales de agua. Lo malo es que las decenas de hoteles que han construido en los alrededores y el excesivo turismo está secando los manantiales. Pero mientras tanto una sugerencia: quítense los zapatos y chapoteen como niños en los grandes charcos de agua de esta enorme montaña de nata. Y ya verán, es imposible permanecer indiferentes frente a la tentación de bañarse, entre columnas y capiteles, en las piscinas de los hoteles construidos aquí. Como también es imposible sustraerse al encanto de sentarse sobre la lisa coraza blanca para observar un crepúsculo que se refleja en mil pequeños espejos...
Desde la Hierápolis se divisa una de las vistas más asombrosas del mundo. La ciudad se construyó alrededor del año 180 a.c., y dos siglos después se desmoronó por completo a causa de un terremoto. Fue reconstruida, y tuvo significativas transformaciones en los siglos II y III que le hicieron perder todo su antiguo carácter helenístico para convertirse en una urbe típicamente romana.  Finalmente fue destruida completamente por otro terremoto en 1354. Pese a esto, todavía quedan muchos restos que se pueden visitar, como el teatro, los baños romanos, el templo de Apolo, las puertas de la ciudad o, sin duda lo más espectacular, las tres grandes necrópolis que rodean a la ciudad y que se encuentran rodeadas del mismo algodón blanco que conforma las termas. Por todo ello Pamukkale, a 350 kilómetros de Estambul, merece una visita de camino a Konya o Antalya. El mejor recorrido es llegar a Denizli, una vez en allí, Pamukkale se encuentra a un tiro de piedra.

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