martes, 27 de noviembre de 2012

Menhires, pueblos medievales, golfos e islas cerca de Vannes, en el sur de la Bretaña francesa.


Bretaña es el mar, el viento, los marineros con camisetas a rayas, el graznido de las gaviotas y el olor a salitre. Aunque en realidad hay mucha más Bretaña de interior -de ganaderos y agricultores, de pueblos de llanura- que de puertos y pescadores. Pero para la mayoría de turistas, esta región histórica del noroeste de Francia es su costa, sus puertos cargados de tradición y sus acantilados. El viento es el elemento que mejor define la costa bretona, condiciona la vida de sus habitantes y modela el paisaje. Sea cual sea el itinerario elegido para recorrer la costa bretona se atravesarán un puñado de pueblecitos pintorescos.  En el sur de Bretaña, cerca de Vannes, hay que pararse en el Golfo de Morbihan (mar pequeño, en bretón) a donde se puede acceder desde diferentes ciudades alrededor del golfo. En cualquier caso, el mejor punto de acceso es Vannes, desde donde se pueden coger barcos para visitar la mayoría de las islas del golfo (algunas son privadas y no se tiene acceso con los barcos).
Las mas grandes y de mayor interés turístico son Ile d'Arz e Ile aux Moines, que se pueden recorrer fácilmente en bicicleta. Otra de las opciones es navegar por el golfo debido a las corrientes de aire que nunca cesan.  En el extremo norte del golfo de Morbihan está el puerto de Vannes, una bella ciudad con forma de anfiteatro y con un casco histórico medieval. Vannes cuenta con rincones tan emblemáticos como el palacete de Limur, las casas del siglo XVI de la calle Saint-Salomon, la plaza de Maurice Marchais o su catedral, lugar en el que descansan los restos de San Vicente Ferrer, fallecido allí en 1419. En esta ciudad se firmó la unión entre Bretaña y Francia en 1.532, y destaca por su multitud de casas de entramado de madera bien conservadas. Muy cerca, Carnac que desde la prehistoria ha sido un lugar mágico, pues cuenta con unos 3.000 menhires alineados a lo largo de cuatro kilómetros, cuyo origen se remonta al neolítico (entre los años 2800 y 2300 antes de Cristo) y podemos verlos desde la aldea de Ménec hasta Kerlescan. Se cree que podían estar relacionados con cálculos astronómicos, construcciones religiosas o ritos de fertilidad. Pero no podemos abandonar esta fascinante región sin adentrarnos en la Bretaña de las leyendas artúricas.
Para ello nada mejor que, desde Vannes poner otra vez rumbo norte para llegar a Josselin con su impresionante castillo. Aprovechando los canales navegables del interior bretón, podemos acercarnos a Josselin desde el río en algunas de las barcas que hacer recorridos por la zona. En el encantador pueblo, el río Oust, rodea una calle con un toque de cuento ya que parece especialmente dibujada para crear un paisaje perfecto. Las casas que dan al río tienen jardines llenos de flores, las calles y pequeñas terrazas aseguran un lugar ideal para un alto en el camino (café y crêpe de rigor, por supuesto). Y desde aquí se puede uno adentrar en el bosque de Brocelandia, cuna de todas las leyendas de la Mesa Redonda . Con solo nombrar este lugar de bosques inmensos, entre landas y estanques, donde vivieron el hada Morgana, el mago Merlín o el caballero Lancelot, ya podemos suponer que se trata de un lugar mágico, que puede descubrirse en distintas excursiones.
 

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