Cuentan que Senegal es el país de la teranga, que en lengua wolof significa hospitalidad. Dakar, la capital, es una ciudad de casi tres millones de habitantes y llena de contrastes, de colores y de olores. Uno de sus barrios más populosos , La Medina, que ha visto nacer a músicos como Youssou N'Dour o escritores como Boubacar Boris Diop, cumple este año un siglo pero está más viva y llena de murales que nunca. El barrio nació cuando los franceses decretaron el traslado de la mayoría de la población negra de la ciudad a una zona despoblada de las afueras, pero mucho han cambiado las cosas en este populoso enclave desde aquel gesto cruel y discriminatorio. Como contrapunto está La Corniche, sobre el mar, donde se agolpan hoteles, embajadas, clínicas, casas de lujo y donde la gente aprovecha para hacer deporte.
En Dakar, hay que ir al mercado de Kermel de 1860, un edificio colonial donde los senegaleses hacen sus compras de comida y donde se ve el ajetreo diario; comprar en plena calle cualquiera de las miles de cosas que venden, desde muebles, a platos, ropa, gafas de sol o zapatos; y hay que ver la Gran Mezquita o la estación de tren. Pero sobre todo hay que patear la ciudad y comer en alguno de los restaurantes africanos para probar la gastronomia tipica, basada en el pescado, el marisco, el pollo y el arroz o cus cus de acompañamiento. Yo recomiendo el restaurante "Chez Loutcha, L'originale", con platos senegaleses abundantes como la Yassa de gambas o la Yassa de pollo. Y por supuesto, si queda tiempo pasarse por la noche para cenar o tomar una copa por el Jazz 4u , con fama de ser uno de los mejores clubs de jazz de todo Africa. Por su escenario al aire libre han pasado las mejores figuras de jazz, rap, folk y reggae y está abierto todos los días hasta las dos de la madrugada.
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