Es mucho más que un hotel, su nombre implica leyendas, lujo y belleza, pero también tradición y naturaleza. La Mamounia, en Marrakech, es un oasis de lujo que hay que visitar si se está en esta ciudad marroquí, aunque no se pueda pagar una estancia vacacional en este cinco estrellas. El hotel cuenta con varios bares, dos de ellos en los restaurantes Le Bar Marocain y Le Bar Italien, otro es Le Bar Pavillon de la Piscine, y otros dos independientes, Le Bar Churchill y Le Menzeh, donde tomar un café, un aperitivo o una copa. Situado junto a los muros de la medina y rodeado de un precioso jardín, este lugar fue desde sus comienzos sinónimo de lujo, distinción y glamour, y entre sus huéspedes siempre se encontraron celebridades del espectáculo, importantes políticos, artistas y escritores.
Delacroix o Matisse se enamoraron de Marrakech y de la Mamounia; más tarde llegaron las estrellas del music-hall como Edith Piaf y hasta Alfred Hitchcock hizo de Marrakech y la Mamounia el escenario donde filmó El hombre que sabía demasiado, con Doris Day y James Stewart. La historia de La Mamounia arranca en 1922, con la llegada de los franceses a Marrakech, cuando se decidió la construcción de un hotel, cuyo diseño estuvo a cargo de los arquitectos Henri Prost y Antoine Marchisio, en unos prestigiosos jardines de la ciudad que habían pertenecido al sultán Sidi Mohammed Ben Abdallah que se los había regalado a uno de sus hijos tras su boda. Desde entonces el hotel ha sufrido numerosas remodelaciones y su última reapertura fue en 2008, más espectacular que nunca.
Al llegar te reciben caballeros envueltos en románticas capas blancas, como salidas de un cuento de las Mil y una Noches, y nada más entrar te saluda el aroma a dátil, madera de rosa, cedro y naranja diseñado por la perfumista francesa Olivia Giacobetti que impregna todo el ambiente. Impresionan la deslumbrante decoración de los salones y restaurantes, los patios arábigo andaluces, los gigantescos olivos y los naranjales de los jardines y sobre todo la gran piscina recubierta de azulejos de cristal de murano. El diseñador Jacques García fue el encargado de renovar este emblemático establecimiento, a tiro de piedra del hervidero de la plaza de Jemaa el Fna, y no dejó ni una sola dependencia sin remozar. Cuentan que en cada una de las alcobas trabajaron hasta cincuenta artesanos y debe ser por eso por lo que el precio parte de los 400 euros por noche, pero también el común de los mortales, sin estar alojado en el hotel, puede disfrutar de esa maravilla. Basta reservar una mesa en alguno de sus restaurantes o presentarse razonablemente bien vestido para que dejen acceder a visitar sus jardines, pecar en la pastelería próxima a la piscina o el salón de té o, de noche, tomar una copa en el bar italiano o en el célebre Bar Churchill, que es el único espacio que apenas ha cambiado desde que lo frecuentaran el estadista británico, Orson Welles y todo el ejército de incondicionales que a lo largo de las décadas ha hecho de La Mamounia en un mito. Y si el hotel tiene las vitrinas repletas de premios, no podía ser menos su spa, elegido el mejor del mundo por los lectores de la revista Condé Nast Traveler por sus 2.5000 metros cuadrados consagrados al cuerpo y a la mente sin dejar de apoyarse en la tradición ni en la modernidad.
Delacroix o Matisse se enamoraron de Marrakech y de la Mamounia; más tarde llegaron las estrellas del music-hall como Edith Piaf y hasta Alfred Hitchcock hizo de Marrakech y la Mamounia el escenario donde filmó El hombre que sabía demasiado, con Doris Day y James Stewart. La historia de La Mamounia arranca en 1922, con la llegada de los franceses a Marrakech, cuando se decidió la construcción de un hotel, cuyo diseño estuvo a cargo de los arquitectos Henri Prost y Antoine Marchisio, en unos prestigiosos jardines de la ciudad que habían pertenecido al sultán Sidi Mohammed Ben Abdallah que se los había regalado a uno de sus hijos tras su boda. Desde entonces el hotel ha sufrido numerosas remodelaciones y su última reapertura fue en 2008, más espectacular que nunca.
Al llegar te reciben caballeros envueltos en románticas capas blancas, como salidas de un cuento de las Mil y una Noches, y nada más entrar te saluda el aroma a dátil, madera de rosa, cedro y naranja diseñado por la perfumista francesa Olivia Giacobetti que impregna todo el ambiente. Impresionan la deslumbrante decoración de los salones y restaurantes, los patios arábigo andaluces, los gigantescos olivos y los naranjales de los jardines y sobre todo la gran piscina recubierta de azulejos de cristal de murano. El diseñador Jacques García fue el encargado de renovar este emblemático establecimiento, a tiro de piedra del hervidero de la plaza de Jemaa el Fna, y no dejó ni una sola dependencia sin remozar. Cuentan que en cada una de las alcobas trabajaron hasta cincuenta artesanos y debe ser por eso por lo que el precio parte de los 400 euros por noche, pero también el común de los mortales, sin estar alojado en el hotel, puede disfrutar de esa maravilla. Basta reservar una mesa en alguno de sus restaurantes o presentarse razonablemente bien vestido para que dejen acceder a visitar sus jardines, pecar en la pastelería próxima a la piscina o el salón de té o, de noche, tomar una copa en el bar italiano o en el célebre Bar Churchill, que es el único espacio que apenas ha cambiado desde que lo frecuentaran el estadista británico, Orson Welles y todo el ejército de incondicionales que a lo largo de las décadas ha hecho de La Mamounia en un mito. Y si el hotel tiene las vitrinas repletas de premios, no podía ser menos su spa, elegido el mejor del mundo por los lectores de la revista Condé Nast Traveler por sus 2.5000 metros cuadrados consagrados al cuerpo y a la mente sin dejar de apoyarse en la tradición ni en la modernidad.
UNA MARAVILLA GRANDIOSA, EN EUROPA NO HAY NADA ASÍ
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